Roberto Hueso
- lalo0078
- 20 may 2016
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Un salvadoreño de edad madura, de altura y complexión mediana, más bien delgado, de carácter apacible y reservado, pero sobre todo sumamente empeñoso y trabajador, era la descripción más frecuente que daban los vecinos al ser preguntados por don Manuel Huezo, nacido y registrado en la capital del país. Vale agregar que era ebanista por vocación, profesión y gusto, y vivía en la década de los años cuarenta del siglo pasado entre el Barrio Santa Anita y luego en la calle de Cementerio, una de las calles aledañas a la iglesia del Calvario, casado con Eva Galdámez, madre de cuatro hijos, Rina Berta, Manuel Roberto (el artista motivo de estas líneas biográficas), Maximiliano Guillermo y Francisca Antonia. Viudo de un matrimonio anterior en el que habían nacido también cuatro hijos, don Manuel Huezo decidió integrar la nueva familia. La casa posiblemente resultaba pequeña y modesta para un grupo familiar de dos adultos y ocho hijos, sobre todo si se considera que además en ella funcionaba el taller de ebanistería, con varias máquinas viejísimas y algunos instrumentos más modernos, y todo lleno de ruido, el olor a viruta y aserrín. Y el olor a cedro, a laurel y la caoba, maderas preciosas.
Se sabe que algunos antepasados de don Manuel Huezo eran catalanes llegados a Santiago de los Caballeros de Guatemala a mediados del siglo XVIII, con el propósito principal de aprovechar la abundante producción de maderas finas en el territorio del reino, y dedicarse a la creación de muebles artísticos, mesas y sillas, escritorios, tocadores y biombos, pianos y pianolas, santos de bulto y diligencias para transporte. Practicando su antiguo oficio que bien conocían, obteniendo productos artesanales casi siempre destinados a las familias de mayor capacidad económica de la ciudad de Guatemala y de otras capitales de provincia. Sin duda, con ellos dio inicio una larga tradición familiar de ebanistería, transmitida de generación en generación, surgida en Guatemala y después acogida y desarrollada en San Salvador.
Vivió por esos tiempos en la Antigua Guatemala el notable artesano, de nombre Bernardo Bueso, ocupado ante todo en la construcción de casas de habitación, pues era alarife (Arquitecto) formado en Cataluña. También era un diestro ebanista, exponente de la tradición catalana de diseñar los muebles finos a partir de las medidas personales del cliente, a la manera de un traje que elabora un sastre. Según documentación consultada en el Archivo General de Centroamérica, Bernardo Bueso en su cargo como Teniente de Alguacil Mayor en el área prestó servicios como asistente de juez de añil en “La Bermuda”. En algunos documentos de juicios consta que impuso multas a hacendados añileros que empleaban a indígenas. Esas decisiones provocaron rencores y enconos que lo obligaron a trasladarse a San Salvador, en donde reinició su trabajo de ebanista.
Esa larga tradición de artesanos del mueble fino iniciada en América por Bernardo Bueso, volvió a aparecer en la familia Huezo en el siglo XIX, cuando el primer Manuel (“Papajito”), el abuelo, de apellidos Salinas y de oficio tornero, daba servicio a las carpinterías de la ciudad y decidió iniciar su propia producción de muebles en la década de los años veinte. Junto a sus hermanos, don Victoriano Salinas y Apolonio Salinas ambos carpinteros desarrollaron un estilo único de trabajo en El Salvador. La continuó en el siglo XX, en los años treinta el segundo Manuel, mencionado en el inicio de estas notas, en la casa y taller familiar de Santa Anita y del barrio El Calvario.
Allí recibió Roberto Huezo su primera educación artística, quizá incipiente pero fundamental, en el ámbito en donde se creaban bienes muebles para hogares y oficinas, según una tradición que ya duraba cerca de doscientos años.
La historia del taller de ebanistería de la familia Huezo en San Salvador incluye datos proporcionados a Roberto por su abuelo, como el relativo a la forma en que familia y taller sortearon las dificultades de la crisis económica y social de los años veinte, fabricando asientos y el cuerpo general hizo los muebles, a los chasises los buses de pasajeros, con maderas duras y lámina, para Don Bartolomé Poma. Era la crisis de los años 20.
Conviene agregar aquí que el segundo Manuel Huezo estudió en la Escuela Nacional de Artes Gráficas, donde aprendió los oficios de dibujante y escultor, cuyos principios básicos transmitiría después a su hijo Roberto. Don Manuel compañero, de don José María Duran, y algunos otros jóvenes, quien también construyó casas, sin ser ingeniero, y egresados de la rigurosa Escuela dirigida por Carlos Alberto Imery.
En el taller continuaba sin pausa el desarrollo de las actividades de ebanistería, tapicería y pintura de los bienes muebles, considerados así según una frase de André Malraux: “los muebles de ebanistería son verdaderos bienes culturales”, que Manuel Huezo convertiría en su desiderata y designatum para toda su vida de ebanista.
Infancia
Roberto se desarrolló en ese ambiente de olor a aserrín, viruta y máquinas antiguas, ruidosas. Igual que a él, a cada uno de los hijos e hijas de don Manuel Huezo se les asigno, a partir de los diez años, el encargo de barrer el taller, recoger el aserrín y guardarlo en sacos, separado de la viruta. Luego había que llevar los sacos en el camión “Internacional” hasta el gallinero de Víctor Hellebuyck, quien usaba el aserrín para el suelo del gallinero. Y lo pagaba con monedas que alcanzaban para algunos gastos de fin de semana. Por ejemplo, con ellas iban a ver las tres películas de la “matinée” de los domingos “las tuzadas” en el cine Popular, una de Tarzán, otra de Roy Rogers, y al final una de Cantinflas, desde la galería del cine, acompañados por su abuelo, quien a media función les permitía quitarse las camisas por el calor de la lámina del techo. Después de varias horas de encierro y sudor, pasaban al Sorbelandia a probar los nuevos sabores de sorbetes y paletas, como los de pistacho o zarzamora, y luego el abuelo tomaba una cerveza en el bar Vernier o en el Lutecia, y permitía a sus nietos comer las boquitas de chimbolos o de yuca con merienda.
Adolescencia
El primer acercamiento de Roberto a una actividad parecida a la creación artística ocurrió al cumplir sus dieciséis años de edad, cuando su padre lo puso a dibujar las plantillas de los muebles. Se elaboraban utilizando cartoncillo blanco comprado en la librería y papelería “La Ibérica”, a media cuadra del Sorbelandia.
Como jefe del taller, don Manuel Huezo era muy exigente en cuanto a la presentación de estas plantillas: debían reproducir con exactitud el estilo de mueble al que pertenecían, si español colonial, francés, renacentista o inglés Chippendale. Cartabón y escuadras en mano, compás de punta de madera y grande con metro de madera extensible, la plantilla se dibujaba con el ovalado lápiz de ebanista, de grafito, y debía representar con exactitud los rasgos pertinentes, para su calco sobre el cedro. De las varias piezas del mueble. Fue la primera experiencia de Roberto como dibujante.
También había que limpiar las máquinas y aceitarlas. Eso era trabajo delicado, después que el afilador de cuchillas dejase afiladas las máquinas y las sierras circulares y las de cinta, la repasadora, la canteadora, los serruchos, la sierra San José o de vuelta - de madera, con un lazo para templar la sierra larga y rectilínea - el trompo, la molduradora que era una máquina comprada e inventada en el colegio Santa Cecilia, para la elaboración de chambrana, el collarín, la moldura de corona, y palos para trapeadores. La bolilladora, que convertía los palos cuadrados en circulares, inventada por Víctor su hermano mayor (estudiante de ingeniería en la UES) y su padre don Manuel, para don Fidel Antonio Novoa, que elaboraría los palos de las escobas “Bruja” en su fábrica. Limpiar y aceitar, era trabajo obligatorio desde los catorce años.
Tutorado por don Manuel y por don Salvador Rivas, extraordinario dibujante y ebanista a sus dieciséis, Roberto dibujaba muebles con perspectivas frontales y laterales, vistas posteriores de cada silla, sillón, sofá, chinero, en sus diferentes estilos. Con todo y las herramientas de dibujo la perspectiva no podía faltar, con el matizado de luces y sombras. Así se le presentaba al cliente su proyecto de mueble, que podía aprobarse mediante un contrato que estipulaba la forma de entrega, de pago, y las características de cada elemento. Y podía durar muchos meses su hechura. Don Manuel Huezo, nunca se apresuraba.
En algún momento Roberto dejó de dibujar, pasó a pintar los muebles, y comenzó a retener las pinturas sobrantes. Eso le dio la oportunidad de probar los colores en diferentes soportes de madera. Su padre modelaba en plastilina cabezas de Jesucristo crucificado, plastilina que elaboraba don Luis Pérez Meléndez para el taller “Manuel Huezo e hijos Ebanistería”. Roberto las imitaba en pinturas. Esas fueron sus primeras imágenes pictóricas, aprobadas por sus padres. Eran sus primeros intentos de representar algo que no fuese el ornamento de un mueble.
Mientras, estudió el bachillerato en el Instituto Nacional Francisco Menéndez, horario nocturno. Trabajaba, pintaba y estudiaba.
Juventud
Las enseñanzas de Carlos Cañas
Roberto entró a la Universidad Nacional a estudiar arquitectura. Se encontró con Carlos Cañas, profesor de Composición, quien le enseñó lo esencial de la expresión de pautas internalizadas en la vida, exteriorizándolas mediante contenidos visuales sobre soportes adecuados. Lo intentó con mucha disciplina, obligándose a repetir una y otra vez lo que no estaba bien, aunque le gustara. Carlos Cañas se encargó de que aprendiera la esencial diferencia entre “está bien pero no me gusta”, “está mal y me gusta”, “está bien y me gusta”. Luego llegó el aprendizaje de las texturizaciones y las pátinas.
A sus dieciocho años, Roberto se sintió preparado para participar en el conocido certamen de pintura financiado por la Cigarrería Morazán. Ganó el primer premio, con Carlos Cañas, de jurado, según sus declaraciones, con una hermosa tabla, de gran formato en madera tallada, con protuberancias y depresiones, y utilización de técnicas de texturización aprendidas del maestro Cañas. El cuadro llevaba en la base un tapiz de tela francesa, tomado de la ebanistería, que contrastaba con la madera tallada, en la representación del conocido “Mesón el Tren”. Una estructura arquitectónica, de barro, ubicada en Santa Anita. El título: “El Mesón La Angustia”.
Los grupos
En algún momento, como producto de una necesidad colectiva de expresión artística, un pequeño número de pintores principiantes se unió en el grupo creativo “La Semilla”. Carlos Cañas supo de ellos, se les acercó, y poco después los presentó grupalmente en el parque San José, en San Salvador. Desde entonces exponían sábados y domingos, al aire libre, Ena, Teresa, Jiménez Larios, Carlos Mejía, Reynaldo Rosales, Enzo Martínez y Roberto. Posteriormente “La Semilla” se trasladó a la Universidad Nacional, y se transformó en “La Masacuata” cuando se incorporaron Francisco Alschult, pianista; Herman Méndez, poeta; Vinicio Ariza, mandolinista; Eduardo Sancho, poeta; Pedro Portillo, músico, pintor y caricaturista; Héctor Zelidón Arias, ceramista.
En la política cultural
Cuando Walter Béneke fue Ministro de Educación, pidió a Magda Aguilar – Directora de Cultura- y ella a Roberto, Roberto Salomón, y Joseph Karl Doescht, se ocuparan de re-fundar el Bachillerato en Artes. Lo hicieron. Tarea que fue realizada dando como resultado uno de los mayores semilleros de artistas de El Salvador. Roberto Huezo, tenía dieciocho años.
Luego el Ministro le solicitó que se encargara, Ad-honorem, de la Dirección General de Publicaciones, y que también dirigiera, al lado de Carlos De Sola, el programa de la Dirección General de Cultura, convertida después en Dirección General de Cultura, Juventud y Deportes, por el mismo De Sola y el Viceministro de Cultura Juventud y Deportes, Roberto Henderson Murray Meza..
Roberto también ejerció Ad-honorem la dirección de la Biblioteca Nacional. Tenía 22 años.
Encontró tiempo y energía para combinar actividades: después de presentar en galerías un conjunto de paisajes texturizados sobre madera, pasó a ejercer la dirección del Museo Nacional “David J. Guzmán”, y luego la del Patrimonio Cultural de la Nación. Con base en el conocimiento del patrimonio arquitectónico colonial de El Salvador, comenzó a pintar la serie “Iglesias Coloniales de El Salvador”.
Más tarde, en su calidad de encargado responsable del Departamento de Artes Plásticas del Bachillerato en Artes, viajó a España con la idea de contratar profesionales de la plástica que viniesen a impartir sus enseñanzas al país, junto con Roberto Salomón en teatro. Después viajó al Japón, becado por la “Japan Foundation”, para realizar estudios de jardines imperiales, pero llevando en la maleta igual propósito que en su viaje a España, y también el de escribir una monografía de las artes, artesanías, jardines imperiales y teatro japonés, como guía introductoria a la cultura japonesa para viajeros centroamericanos al Oriente. Logró encontrar jóvenes japoneses que se integraron a trabajar en el Bachillerato en Artes.
Hizo un segundo viaje al Japón para estudiar jardines imperiales, de nuevo con la misma beca de la misma Fundación. Esta vez fue admitido en cursos y prácticas dirigidos por monjes del Budismo Zen. Tuvo así contacto cercano con una disciplina de vida que muestra o revela la realidad, no desde la perspectiva de la razón occidental, sino desde la intuición oriental. Se encontraba en un monasterio o “zendo”.
El huevo y el agua primordial
En ese marco pinta su serie inicial dedicada a la forma del huevo: “Ovogénesis”, utilizando la por entonces recién aprendida técnica del sumie, con su tutor o “sensei”. Va hacia el encuentro con el inicio de la vida. El huevo, con su presencia necesaria, anterior a la del ser humano, es condición indispensable para que se produzca ese momento del inicio. La existencia misma del huevo constituye de hecho el primer paso, la primera escala, hacia el portentoso encuentro. Su maravilloso, hábil y anciano “sensei” le enseñó cómo crear un huevo, de una sola pincelada de sumie sobre papel de arroz.
Luego la serie de las “Gotas”, lo llevan a espacios y tiempos anteriores al huevo, la génesis de la génesis. Se trata de dar forma, color, consistencia, existencia visual, al agua primordial, elemento donde comenzó la vida (del huevo…).Entonces tutorado por Toño Salazar.
De Toño tiene una gran influencia, de concepción del origen, de la historia de los pintores del renacimiento y del quehacer de los amigos de Toño, los franceses e italianos: de nuevo el uso de la Razón.
Años atrás, a mediados de la década de los setentas, inducido por tres personajes de cuidado, Salarrué, Toño Salazar y Hugo Lindo en algún espacio de la Librería Altamar, había experimentado un conjunto de vivencias conocidas por ellos como “astrales”, o “viajes astrales”, fuese el que fuese el significado del calificativo: eran místicas. Y salió de allí una serie de corrugados, visiones de la topografía terrestre desde arriba en vuelo, que luego sirvieron para ilustrar el libro de poemas de David Escobar Galindo “Extraño mundo al Amanecer”.
Estos corrugados dieron paso a otros, creados en una nueva etapa, en 1984. Antes las gotas eran el agua, origen de la vida. Ahora los corrugados se comprimen a sólo la Luz y la No Luz. Se produce la ausencia de tiempo y espacio, y sólo existe, ya no el origen de la vida, sino, por intuición, el origen de la luz.
Roberto Huezo tiene presente, en el momento de la creación pictórica, a su viejo “sensei” -anciano octogenario- y sus enseñanzas: la técnica del sumie, al trazar en una sola pincelada la forma de un huevo; la idea de que el ser esencial del pájaro no es su cuerpo de ave, es su vuelo. La esencia. La búsqueda y expresión de la esencia, eso es lo que el pintor aprendió en Japón.
Y luego al regresar a El Salvador reinicia la búsqueda, esta vez con Ignacio Ellacuría, de la esencia, no del fenómeno. Toparse con la realidad, enfrentar la realidad, habérselas con ella, y cargar con la realidad, no que la realidad cargue con nosotros. Redimir la realidad hasta que no le quede, en esencia, nada del mal. Ese es el desiderátum, el cual es un valor, con el que sale de la universidad “José Simeón Cañas”. Ellacuría, Nacho Martín Baró, Segundo Montes y Ion Cortina, todos ellos le heredaron memoria.
Resumen de la vida de Roberto Huezo: un continuo proceso de desaprender, para volver a aprender. Se lo ha enseñado de nuevo su hijo Giries, con síndrome Down. La vida es un continuo aprendizaje, desaprendiendo siempre lo aprendido sólo para aprehenderlo de nuevo, para crear un “religare”, que nos vuelve a ligar con la vida pero con otra forma de vivirla. Esta es la desiderata de Roberto. Y está dedicado al servicio a los seres vivos.Esta vez, con un re-ligare más profundo y un relaborar continuo, según concepto de Jürgen Habermas, para hacer del mundo que lo rodea, una mejor posibilidad:
«La redención discursiva de una pretensión de verdad lleva a la aceptabilidad racional, no a la verdad». Jürgen Habermas.

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